jueves, 12 de noviembre de 2020

Nueva entrega del culebrón Pantoja

Cuánta razón tienen quienes dicen que la realidad supera la ficción. Ni Netflix, ni HBO, ni Movistar, ninguna serie es tan larga, apasionante y sorprendente como la de la Pantoja. Kiko, y sus hermanos de padre, Irene Rosales, Chabelita, Paquirri y Cantora. El Falcon Crest más español. 


La Pantoja no tiene fin: ha nacido para ser una estrella del folclore, del escenario, del amor, del desamor, de los culebrones, de los programas de Jorge Javier Vázquez, de las revistas de corazón y de las exclusivas. 

Ha pasado por todos los estadios. Ha sido querida, vilipendiada, aplaudida, y abucheada. Ha sufrido la muerte prematura de un marido, criar a un hijo sola (y qué hijo), la adopción de una niña (y qué niña), el amor y el engaño de Julián Muñoz, la cárcel, la isla de los famosos, las barbaridades de Chabelita y ahora, ¡lo que faltaba! su pequeño del alma la pone de vuelta y media en la televisión, en los papeles cuché, en redes sociales y donde pueda.  

Dice de ella que es una mala madre, que le ha engañado toda la vida, que se ha vendido como la viuda de España y otras barbaridades. 

En la misma televisión donde ha ido incontables ocasiones para ventilar a los cuatro vientos lo de su balón gástrico, sus adicciones, sus vicios, sus infidelidades, su inmadurez, su terrible situación económica, su relación con Chabelita y, en definitiva, sus ganas de montar el show. Porque, cosas de la genética, también tiene mucho de estrella de culebrón, pero en su caso frustrada debido a su pocas tablas y menos luces.

Resulta, cuando menos, chabacano, vulgar, patético y vergonzoso hablar así de una madre en público, en televisiones, revistas, redes sociales o donde sea. 

Y si pasas páginas en la revista ¡HOLA! y ves que aparece su hermano Fran apoyándole y un poco después el otro hermano te mueres... 

¡Lo que faltaba! los reyes de la exclusiva también en el ajo. 

Esto va a ser un no terminar.


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