La crítica la ensalza porque Luis Landero maneja el lenguaje como nadie, pero la historia desde luego que es, cuando menos, ridícula.
Enamorado de una mujer guapa, inteligente de excelente familia, culta, educada... cuenta sus pensamientos, sus vivencias y sus cuitas por hacerse con los favores de ella, y de qué manera él mismo se pone en ridículo ante sus amigos, familiares y conocidos.
Al acabar el libro te vienen a la cabeza dos pensamientos: por un lado él es feliz porque está convencido de que vale y sabe más que nadie, pero por otro lado, esa mismo concepto sobre si mismo provoca que los demás se mofen de él, ya que se pone en evidencia.
Así pues, como lector pasas momentos en los que no puedes evitar reírte con las disertaciones y teorías de Marcial, el protagonista, pero también acabas con el corazón en un puño, porque ese mismo personaje te da pena, hace que te compadezcas de él: es un infeliz.
Luis Landero escribe de maravilla y gracias a su dominio y técnica del lenguaje y la escritura logra sus intenciones con esta novela: llevarte de la risa a la compasión, debatirte entre dos sentimientos opuestos con este tan petulante protagonista, de la compasión a la antipatía. Sin embargo, la historia no es tan buena como otras de Landera, sin ir más lejos, como Lluvia fina.
Y lo cierto es que sí, es una historia ridícula, porque nada hay más ridículo que no darte cuenta de tus propios limitaciones y deficiencias.
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