Es un libro con el punto de giro tardío. El hecho de mantenerme inasequible al desaliento con la lectura me permitió disfrutar algo, al final del libro. Menos es nada.
La novela de Samantha Downing se salva de milagro, y sobre todo porque no es muy larga. Esperas y esperas con la idea de que en algún momento suba la tensión, la historia te atrape y descubras el final y el porqué de semejante historia. Llega, sí, pero cuando llega ya es tarde. Tal vez demasiado.
Un matrimonio con dos hijos, que de cara a la galería son perfectos educadores, padres estrictos que mantienen una disciplina férrea con sus hijos, que se aman (tanto, que parece irreal), viven en una casa ideal, pertenecen a un club maravilloso y tienen unos amigos geniales. Pero esconden otra cara, que es muy fuerte, y que ciertamente no entiendes a santo de qué viene semejante locura, y es que comparten una afición excesivamente macabra.
En esta especie de thriller psicológico o novela de suspense, no sé muy bien cómo calificarla, se enredan una serie de asesinatos a mujeres, secretos, amores, desamores, suicidios, infidelidades, amigos, vecinos, curiosos, adolescentes con problemas psicológicos o que chantajean a sus padres... de todo.
Y, al final, para acabar reafirmándote en eso de que en todas partes cuecen habas.
Si no lo has leído, no te pierdes nada. Se trata de un libro para pasar el rato, que no requiere una gran concentración y que está correctamente escrito, con descripciones, diálogos y personajes válidos. Eso sí, no hay que ponerse muy exquisita porque algunos episodios y situaciones carecen de credibilidad... Aunque, por otro lado, ¿quién dijo que en literatura todo tiene que ser real y creíble?
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