Que digan que la ruptura de Angelina Jolie y de Brad Pitt es el divorcio del siglo y que ha conmocionado al mundo no me lo creo ni jarta de vino, por mucho que lo diga ¡HOLA! en un reportaje a toda pastilla.
A ti, que te levantas pensando en los niños antes que en ti. Que te vas al trabajo a toda velocidad (si eres de las afortunadas que tienen un empleo), cuidas a tus hijos, tu casa, llenas la nevera y te encargas de vaciarla. Aguantas a tu jefe, a tu pareja, al plasta de turno, a la vecina antipática, a la cotilla... A ti ¿en qué te afecta que estos dos se divorcien? En nada. Sólo te reafirmas en una cosa: la gente se divorcia; los guapos, los ricos y los famosos, pero también tus vecinos, tus amigos y muchos conocidos.
Engaño, maltrato, diferencias irreconciliables... En fin, esto es así: te casas pensando que es para toda la vida y mira luego... se engañan unos a otros como a chinos. Pero ¿no resultaría más fácil ser un poco honesto con la pareja (con esa persona con la que has compartido noviazgo, boda, años de matrimonio, hijos; la que te ha ayudado a crecer profesionalmente y como persona...) y decirle la verdad, sin mentiras, sin destrozarle la vida, sin reírte de ella en sus narices?
El caso es que resulta más fácil separarse con un patrimonio de 500 millones de dólares (como Angelina y Brad), que con una hipoteca y problemillas del día a día, como el del paro.
Me parece mucho peor este vestido que lució Su Majestad doña Letizia en su viaje a Nueva York, para asistir a la Reunión de Alto Nivel en la ONU sobre Refugiados y Migrantes.
Ah, y me llama la atención lo llenita que tiene la cara, más que en otras ocasiones. Algo alucinante: ¿cómo puede estar cada día más delgada y tener esa cara tan llena y con esos mofletes tan jugosos?
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