La novela de Javier Castillo arranca genial; engancha. Al principio no puedes dejarla, porque la historia está maravillosamente planteada.
Mientras el autor te presenta a los personajes y tú aterrizas en la historia, todo indica que se trata de una novela que promete: el demente que pasea por las calles de Boston desnudo con una cabeza en la mano, el director del centro psiquiátrico donde lo encierran y la joven experta en perfiles psicológicos del FBI. En paralelo, el relato de una familia que va de vacaciones a Salt Lake, justo 17 años antes.
Sin embargo, a medida que la narración avanza se va liando más, y más, y más, y va perdiendo credibilidad. Más allá de la mitad del libro ya te has perdido: no recuerdas quién había muerto y quién no; quién era malo y quién bueno... En fin, la historia ha dado un giro brutal, parece que ahora estás con otra novela, e incluso los personajes han cambiado. Un follón tremendo.
Tanto suspense tanto suspense, que el nudo de la novela se ha complicado muchísimo; parece haber perdido completamente la cordura. Así que el autor lo soluciona resucitando a algunos personajes, con muchísima imaginación.
Cuando llegas al epílogo te quedas de piedra: ¡¡¡el libro no acaba!!! Abre una puerta nueva con un personaje secundario, cuyo papel parecía necesario sólo para reforzar el perfil de la protagonista. O sea que Javier Castillo está decidido a continuar y convertir El día que se perdió la cordura en una saga o trilogía.
Él mismo ha contado que escribió el libro en el trayecto del cercanías desde Fuengirola (donde vive) a Málaga (donde trabaja como asesor de finanzas). Y asegura que el planteamiento de la novela le llevó unos seis meses y escribirla un año.
Seguro que muy pronto leeremos la segunda parte: ¿habrá recuperado la cordura?
No hay comentarios:
Publicar un comentario