Lo empecé súper animada: me lo había recomendado Marina, una amiga con la que suelo coincidir en los gustos literarios. Así que lo cogí con mucho entusiasmo, superé un momento de debilidad, y al final leí hasta la segunda parte, Cada siete olas.
Porque es diferente. Porque a pesar de que parece una historia corriente, en la que una mujer casada y un hombre soltero se encuentran, merece la pena leerla, porque es un claro ejemplo de la nueva literatura epistolar.
Hay quien dice que el autor, el austríaco Daniel Glattauer, es el nuevo Flaubert, el actual adalid de la literatura espistolar.
En Contra el viento del norte y Cada siete olas sólo y exclusivamente leerás los correos electrónicos que se intercambian Leo y Emmi. Que a veces tienen una contestación casi instantánea y otras pueden pasar hasta meses.
Sólo, y a partir de esta e-correspondencia, el lector descubre qué siente uno por el otro, cómo se enamoran; los conoce, los imagina, los visualiza. Llega a saber dónde y cómo viven, cómo son y cómo se comportan y hasta qué sienten. Si son irónicos, depresivos, autoritarios, egocéntricos, presumidos...
No esperes la figura central de cualquier libro: el narrador omnisciente en primera, segunda o tercera persona; aquel que te dice cómo es cada personaje, cómo se comporta, el que pone los adjetivos, el que juzga y el que te llena de sentimientos. El que describe los lugares, los contextos, los entornos, el que te pone en situación. No. Aquí no.
Aquí sólo cuentas con dos testimonios; con las sensaciones y los personajes de los que los protagonistas quieran hablar. No hay descripciones objetivas; todo es subjetivo, todos son ideas, opiniones, sensaciones y experiencias de los protas.
No hay encuentros en directo, ni tampoco diálogos, pero sí comentarios a posteriori, llenos de sentimientos y reflexiones.
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