lunes, 27 de febrero de 2017

Un mundo de locos

Pelín locos sí que estamos, o se lo hacen. Los últimos acontecimientos así nos lo demuestran. Trump se hace el loco con el tema Oscar y organiza un baile en la Casablanca. Los Reyes pasan de Nóos y reciben a Maricio Macri y Juliana Awada con toda la pompa y el lujo de la realeza. 

























La ceremonia de entrega de los Oscar convierte a Estados Unidos en el centro del mundo. 
Pero este año la han pifiado, y bien. Los pobres Warren Beatty y Faye Dunaway entregaban el premio a la mejor peli. Pero... ¡¡¡los sobres estaban equivocados!!!, con lo cual le dieron el premio a La la land, cuando en realidad recayó sobre Moonlight. 

¡¡¡¡Qué espanto, qué chasco!!! ¡¡¡Qué vergüenza ajena tan terrible!!!!

Los de La la land dando botes como posesos y entonces les dicen que no, que es un sueño, que el premio no es para ellos. Te mueres. 

Y venga: ¡¡¡a buscar al culpable!!!, que no es otro que la auditora PriceWaterhouse Coopers, la encargada de custodiar los sobres y de que la ceremonia se haga según la legalidad y la normalidad. PWC ya ha informado, o amenazado, de que va a depurar responsabilidades (a ver si el susodicho tiene tanta suerte como Urdangarín). 



Y mientras tanto, Donald Trump tira la Casablanca por la ventana y organiza un baile para los gobernadores, en el que su Melania brilla como una oscarizada actriz sobre la alfombra roja.
Ah, y sí, Emma Stone es una guapísima mejor actriz, con un Givenchy Alta Costura dorado alucinante. 


Era justo lo que necesitábamos para cambiar de tercio: llevamos días y días hablando del despliegue de joyería, estilo, gracejo, y sobre todo de supervisión de la Reina durante el viaje de Estado de Macri. 
Dicen que doña Letizia ha estado como nunca de simpática, elegante y atenta como sólo ella sabe, para evitar errores de protocolo (Macri estuvo a punto de brindar con agua y ella le interrumpió para que cambiara la copa. En el besamanos de la cena de gala fue ella quien corrigió las posiciones del matrimonio argentino).

Pero donde Letizia lo dio todo fue en la cena de gala en el Palacio Real. Se colocó las joyas de pasar, un conjunto de ocho piezas reunidas por la reina Victoria Eugenia que pertenecen a la Corona y que pasan de generación en generación.

Eligió un vestido largo de cola de sirena en terciopelo negro para lucir a gusto semejante despliegue de joyerío. Creación de Varela, llevaba manga larga y silueta lápiz.

Se colocó la banda de la Orden del Libertador San Martín, que le concedió Cristina Kichner en 2009. Y se la sujetó con su broche de flor de lis, que le regaló el Rey en su quinto aniversario. 



Como una reina, se colocó la tiara de la Flor de Lis, la más importante del joyero de los Borbón y símbolo de la monarquía; las pulseras gemelas, con diamantes, y hasta los pendientes de brillante grueso con otros pequeñitos alrededor, que fue los que lució Cristina en su boda con Urdangarín.
A lo mejor Letizia lo hizo a propósito: para desmarcarse, para hacer notar las diferencias, para demostrar que ellos están por encima de Nóos, que no les acompleja, que ellos no tienen nada que ver. O simplemente para hacerse los locos.

Y eso que a Urdangarín le ha tocado la lotería (otra vez) y de momento no va a ir a la cárcel; se queda en Ginebra con los suyos esperando el fallo definitivo. 
Pero, vamos, que casi mejor que lo que tenga que ser, sea. Va a acabar como el espíritu de la golosina, mira que flaco y envejecido está... Es lo que tiene. 

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