martes, 8 de octubre de 2019

‘El último barco‘

Domingo Villar ha vuelto. Una vez más, con una novela estupenda. Se lee de maravilla, y eso que no tiene ni asesinos de crueldad extrema ni escenas brutales, ni es un caso súper sangriento. 



El autor gallego ha puesto de nuevo a Leo Caldas a trabajar. Esta vez le toca investigar la desaparición de Mónica Andrade, la hija de uno de los mejores cirujanos de Vigo

El caso no es nada fuera de lo normal: no hay un cadáver mutilado, ni crueldad, ni siquiera morbo. Sin embargo, la novela es maravillosa, porque Domingo Villar mima lo que escribe. 

Su novela policíaca, que poco tiene de novela negra, es amable, agradable, sencilla y muy cuidada.

Más allá de armar su caso y lograr con maestría que todas las piezas encajen, así como de crear unos personajes creíbles el autor disfruta escribiendo sobre sus raíces galaicas. 

Descubre su tierra, sus playas, sus temporales, los jardines de sus casas, y nunca faltan detalles tan propios como las mariscadoras, un zahorí, los barcos que van y vienen de un puerto a otro, la lluvia y algún personaje legendario, tan arraigado por estos lares. 

Pero a lo que Villar no se resiste es a retratar con maestría el carácter gallego. Sus diálogos cumplen una doble función: hacen avanzar la novela, el caso y la investigación, a la vez que retratan con humor el carácter galaico. Arranca sonrisas y crea momentos memorables. 
Las conversaciones de Leo con su padre, o con Estévez, su ayudante aragonés; as respuestas de los lugareños a sus interrogatorios, o simplemente cuando va a pedir la comida en un restaurante son momentos que te hacen reír. 

Lo he disfrutado mucho, y eso que tenía un poco olvidado a Leo Caldas: diez años han pasado desde que lo vimos en La playa de los ahogados. ¡Diez!  

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