lunes, 23 de marzo de 2015

Un mes sin fumar


Ya hace un mes. Sí, un mes. Con sus días y sus noches, con sus fines de semana y sus cañas. Con sus cafés, sus comidas y sus cenas. Un mes completo que dejé de fumar. Y aquí sigo. 



Afortunadamente no soy Moreno Bonilla, menos mal, porque si no ayer habría vuelto a fumar. Pobre hombre, pedazo de chasco que se ha llevado en Andalucía y Susana Díaz repite. No entiendo nada, pero nada de nada. 
Lo que está claro es que un mes después aún te apetece un cigarrillo y todavía te acuerdas del momento en que lo encendías. Hay quien asegura que lo echarás de  menos toda la vida; que hay que aprender a vivir con ello. 
Y lo que está claro es que se puede sobrevivir. Sí, sobre todo si tienes en cuenta que el café no es igual sin un cigarrillo después, que tomarte una caña en una terraza sin fumarte un cigarro no es lo mismo y que después de una buena comida o una cena con amigos el pitillo era una gozada. 
Pero también es cierto que resulta mucho peor pensarlo que vivirlo: llega el fin de semana, te tomas la caña y no pasa (casi) nada si luego no fumas, ni después de la comida tampoco... Y así vas pasando momentos y ves que puedes. 

Cuando comentas con alguien que has dejado de fumar, todo el mundo se alegra y te da la enhorabuena. O sea que sin duda es algo bueno. Y ya no tienes que ir al estanco en cualquier momento ni volverte loca buscando el mechero. 

¿Lo peor? que engordas, y yo no he comido más, te lo aseguro. Dicen que fumar acelera el metabolismo, y que por eso ganas kilos al dejarlo, y que para colmo retienes líquidos y te hinchas. 

Eso sí que es una faena, y de las gordas. Con lo que cuesta, y encima engordas. JOOOOOOOOOOOOOO. Así no es tan fácil. 

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